El doctor Francisco Collazos Sánchez es psiquiatra adjunto del Departamento de Psiquiatría del Hospital Universitario Vall d’Hebron, en Barcelona, donde coordina tanto el Programa de Psiquiatría Transcultural como las Urgencias de Psiquiatría. Desde octubre de 2017 es jefe del Área de Salud Mental del Hospital Sant Rafael. Es profesor asociado del Departamento de Psiquiatría y Medicina Legal de la Universitat Autònoma de Barcelona. Tiene una acreditada formación en varios ámbitos: Psiquiatría Legal, Gestión en Salud Mental o Atención en Emergencias y Catástrofes. Ha liderado varios proyectos de investigación en el ámbito nacional e internacional en el campo de la salud mental e inmigración y de ayuda al desarrollo. Mantiene, desde hace dos décadas, una intensa actividad científica y de difusión de sus campos de interés tanto en foros especializados como dirigidos a la población en general.
Como responsable de la Unidad de Hospitalización Psiquiátrica del Hospital San Rafael de Barcelona y de las Urgencias de Psiquiatría del Hospital Vall d’Hebron, ¿cómo está viviendo la pandemia del SARS-CoV-2?
Como responsable de una unidad de agudos, cerrada, la mayor preocupación es que el virus pudiera afectar de forma masiva a los pacientes y/o a los profesionales sanitarios. Desde que fuimos conscientes del potencial de contagio del coronavirus, adoptamos una serie de medidas para evitar ese eventual escenario. A medida que iban sucediéndose los acontecimientos, fuimos tomando algunas decisiones, no siempre sencillas, pues afectaban a algunos derechos de los pacientes que pasaron a quedar en suspenso, como la posibilidad de recibir visitas de familiares o la de poder tener permisos de salida. A medida que fueron apareciendo casos posibles de coronavirus, optamos por separar a los pacientes que daban positivo de aquéllos que no lo eran, lo que, por el momento, nos ha ido dando resultado, pues ha permitido evitar la propagación masiva del virus en la sala.
¿Han observado cambios en la incidencia y presentación de los cuadros clínicos que motivan la hospitalización en psiquiatría?
Aunque lo que voy a decir no se sustenta en ningún estudio metodológicamente adecuado, la impresión, que comparto con muchos de mis compañeros del hospital, es que estamos viendo más casos de descompensaciones afectivas en pacientes con trastornos bipolares o esquizoafectivos de base. Algo que cobra sentido si tenemos en cuenta que estamos en un cambio estacional al que se suma un estresor absolutamente excepcional que podría incidir negativamente en personas vulnerables a este tipo de descompensaciones afectivas. Por otro lado, algo que nos ha llamado la atención es la notable disminución de los intentos de suicidio tan habituales en nuestra sociedad. A día de hoy, por ejemplo, observamos que es excepcional la atención de urgencias de intoxicaciones medicamentosas con intencionalidad suicida o cualquier otro tipo de gesto auto-lesivo. Sería deseable analizar las causas de ambos fenómenos desde una perspectiva amplia que incluya factores personales pero, sobre todo, contextuales.
Centrándonos en su área de especialización, la atención a la salud mental de los inmigrantes, ¿cree que se corre el riesgo, en estos momentos, de descuidar este ámbito de atención?, ¿se están manteniendo los programas de intervención en estos momentos?
Desgraciadamente, me temo que sí, que la atención a la salud mental de los más desfavorecidos, entre los que se cuentan muchos inmigrantes, se puede resentir. Muy probablemente, la crisis social, económica y política que seguirá, indefectiblemente, a la actual crisis sanitaria, se llevará nuevamente por delante a los más vulnerables. El brusco frenazo que ha sufrido la economía afectará especialmente a sectores en los que hay una importante sobre-representación de extranjeros: personas que no cuentan con contratos estables que les protejan en momentos de tanta incertidumbre, hombres y mujeres que viven de lo que ganan cada día y que han visto cómo sus fuentes de ingresos de agotaban repentinamente, jóvenes que ven cómo sus expectativas de lograr su primer trabajo se desvanecen en un horizonte muy incierto.
Son momentos, por tanto, de reforzar los eslabones más débiles de nuestra cadena social pero me temo que pueden volver a resultar los grandes damnificados de esta nueva crisis, como ya lo fueron tras la Gran Recesión de 2008. Por otra parte, la experiencia reciente nos enseña que, en momentos de zozobra social, emergen con facilidad reacciones populistas; discursos del estilo “primero, los nuestros” pueden prender con inquietante facilidad en una sociedad que siente el miedo tan cerca. Ojalá fuéramos capaces de aprender de los errores cometidos en el pasado para poder desarrollar nuevas capacidades que nos permitan afrontar mejor el escenario que se avecina. Reforzar los programas que, desde hace años, vienen trabajando en favor de la salud mental de las personas más desprotegidas socialmente sería una buena forma de prevenir algunos de los daños colaterales que acarreará la pandemia.
Aunque la inmigración es un fenómeno heterogéneo por muchos motivos (razones para emigrar, situación socio-económica, país de origen, sistema de creencias, red de apoyo en el país receptor, barrera idiomática), ¿quiénes considera que son más vulnerables en estos momentos?
Todos los inmigrantes comparten un mismo anhelo: encontrar, fuera de sus lugares de origen, un sitio donde tener más probabilidades para prosperar. Muchos, además, huyen de situaciones traumáticas, a menudo violentas, que pueden haber vivido en primera persona o que afecta a sus más allegados. El sacrificio que implica dejar tus raíces, queda compensado por la ilusión de lograr para ti y los tuyos una vida que asegure las necesidades básicas, entre ellas, la seguridad, y que te brinde un futuro mejor. Algo tan elemental se puede convertir, sin embargo, en una pesadilla, al quedar varados en una situación legal que les limite. Así les ocurre a muchos solicitantes de asilo o a jóvenes extranjeros sin referentes familiares adultos que pueden estar atrapados en el intrincado sistema legal de las sofisticadas sociedades occidentales. Quienes no cuentan con una situación legal regularizada, al no poder acceder al mercado laboral con garantías, quedan a expensas de una economía sumergida que, en estos momentos, no les va a ofrecer un mínimo sustento. No hay que ser muy perspicaz para entender que esa precariedad laboral condiciona negativamente la salud mental de los más vulnerables.
¿Cómo cree que les afectará a medio-largo plazo?
Aunque habrá situaciones puntuales que puedan sugerir un cierto beneficio para los más vulnerables, como pueden ser las contrataciones temporales que se llevarán a cabo para dar respuesta a necesidades perentorias del sector primario (por ejemplo, la temporada de recogida de la fruta, la vendimia…), si se trata de personas que no cuentan con una situación legal regularizada, acabarán sufriendo más que el resto a medio y largo plazo. Los analistas apuntan a que serán necesarios muchos meses para retomar la senda de crecimiento económico. A lo largo de la historia se constata que las consecuencias de las catástrofes provocadas por los humanos (por ejemplo, las guerras) o por la naturaleza (epidemias, tsunamis, terremotos, etc.) son más crudas entre los más vulnerables. Recuerdo unas palabras que se atribuyen a Monseñor Romero y que podrían aplicarse en muchos contextos, como el que estamos atravesando en estos momentos: “la Justicia es como las serpientes, sólo muerde a quienes están descalzos”.
¿Qué factores personales y contextuales pueden ayudar a fortalecer la resiliencia entre los inmigrantes?
Los factores personales no serían muy diferentes de los de cualquier otra persona. Hace unos días, tenía la oportunidad de leer, en este mismo blog, las reflexiones de la doctora Maribel Rodríguez sobre la positiva influencia que la espiritualidad puede tener en la salud mental de las personas, siempre que no adopte formas narcisistas o infantiles. Leerlo me ayudó a recordar a muchas personas que trato en mi consulta del Programa de Psiquiatría Transcultural, procedentes de culturas diferentes a la occidental, y que cultivan esa dimensión tan esencial del ser humano. En circunstancias muy adversas, la espiritualidad les permite aceptar el curso de la vida, sin resignarse, sino con compromiso, por usar los dos términos de una de las psicoterapias recientemente en boga en Occidente. A esta fortaleza personal podría sumarse la interpretación del destino como algo que está en manos de un designio superior, una suerte de locus de control externo que les hace ver más allá de su situación personal, descargarse de la hiper-responsabilidad por el curso de los acontecimientos y tener una visión más amplia que reduce su desasosiego.
Por otra parte, no es infrecuente que los inmigrantes provengan de entornos donde se ven expuestos, de manera continua, a situaciones que amenazan su supervivencia, por lo que tienen patrones de adaptación mental y conductual que priman el vivir con más intensidad el aquí y ahora, en lugar de nuestra obsesión por el futuro o nuestra demanda continua de garantías de seguridad con respecto al mismo. Otro factor diferencial también es que, en otros marcos culturales, la persona se concibe dentro de un grupo (más o menos amplio) y no meramente a nivel individual, como puede ocurrir en Occidente. Éste se considera un factor protector para el sufrimiento mental pero también, en situaciones de emergencia como la actual, puede convertirse en una carga emocional extra para los inmigrantes y para su familia.
En cuanto a los profesionales de la salud inmigrantes que trabajan en nuestro país, ¿cree que hay diferencias en la manera en que están enfrentándose psicológicamente a la pandemia por el coronavirus?
Aunque cada vez es más habitual encontrar profesionales de la salud de cualquier lugar del mundo, en España, a día de hoy, son mayoría los procedentes de países latinoamericanos de habla hispana. Cada vez es más frecuente, por ejemplo, que muchos de los médicos residentes procedan de países como Venezuela, Colombia, Argentina o México, entre otros. Y también se ha ido incrementando considerablemente el número de migrantes entre el personal de enfermería de nuestros hospitales y centros de salud o entre quienes se dedican al cuidado de los ancianos en residencias o de niños y ancianos en los domicilios.
Aunque no conviene incurrir en estereotipos culturales, sí se puede afirmar que el concepto de la familia es central en Latinoamérica. Esos vínculos estrechos explican que no pueda lograrse la estabilidad individual si no se tiene la certeza de que el resto de la familia está bien. De aquí que lo que, en condiciones normales, tiende a considerarse un factor protector, en situaciones de adversidad en el lugar de origen o, como está sucediendo ahora, en el país receptor, puede convertirse en motivo de desasosiego. A esto habría que añadir que no es infrecuente que el profesional sanitario migrante sea la voz más autorizada en su familia extensa en las cuestiones relacionadas con la salud o de otra índole. Y, además, a menudo, suele ser la principal fuente de ingresos para los miembros de la familia de origen. La combinación de todos esos motivos de zozobra y, al mismo tiempo, la presión de sentirse responsables, en la distancia, de los suyos, puede llevarles a no permitirse aceptar las emociones desagradables que está situación activa, lo que sabemos que aumenta el riesgo de desgaste psicológico a corto y medio-largo plazo.
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