La catedrática emérita de Filosofía Moral y Política de la Universidad de Barcelona, Victoria Camps, acaba de publicar un libro, titulado Tiempo de cuidados, en el que defiende la oportunidad para el advenimiento de una nueva época donde no quepa ignorar la ética del cuidado. En este sentido, la autora plantea que, precisamente, el cuidado se ha convertido en un tema central y perentorio a raíz de la COVID-19. La pandemia, al hacernos contactar con nuestra fragilidad como seres humanos, abre la posibilidad a un cambio de paradigma en la ética que, sin desdeñar la importancia de la ética principalista (cuyos principales ejes son la autonomía, la beneficencia, la no maleficencia y la justicia), incorpore la importancia del cuidado. Esa nueva ética propiciaría una nueva perspectiva sobre nosotros mismos, nuestras relaciones con los demás y también con la naturaleza. Del sujeto moderno independiente y autónomo, solo regido por la razón, se pasaría a una concepción de la interdependencia entre los seres humanos en el que el equilibrio razón-sentimiento deviene esencial. Esta oportunidad que plantea la pandemia y que se traduciría en impulsar un nuevo “tiempo de cuidados” no debería quedarse en una mera declaración de intenciones, sino que tendría que traducirse en cambios sociales y medios suficientes que pueden hacerla posible. Sería deseable también enriquecerlo con una ética de las virtudes que propicie un nuevo modelo de ciudadanía que se rija por las coordenadas de este nuevo paradigma.
Por lo que respecta al cuidado de los cuidadores, en concreto, de los profesionales de la salud, los doctores Jo Shapiro y Timothy B. McDonald publicaron un editorial el año pasado en la revista New England Journal of Medicine donde sugerían algunas cuestiones que deberían poderse extraer como aprendizaje de lo vivido durante la pandemia. Dichas recomendaciones, a poner en marcha de ahora en adelante, no se atienen a lo individual, sino que afectan también a los equipos asistenciales, a las instituciones sanitarias y a la gestión pública y privada de las mismas. Entre ellas, destacan:
- Se debe propiciar un cambio en la “cultura” de los profesionales de la salud en el que el cuidado de uno mismo sea un requisito de buena praxis profesional.
- Hay que evitar “patologizar” cualquier malestar de los profesionales de la salud: a la hora de abordar sus causas es crucial tener en cuenta la importancia del contexto.
- Se hace imprescindible una implicación proactiva de las instituciones sanitarias en el cambio de paradigma.
- Se debe facilitar el acceso a los recursos de ayuda a los profesionales de la salud cuando los mecanismos de afrontamiento hayan claudicado y aparezcan trastornos mentales.
- Pueden ser de ayuda los grupos de apoyo entre iguales.
- Es necesario promover un estilo de liderazgo saludable en los equipos y en las instituciones. Aunque no lo mencionan explícitamente, dicho estilo debería ser abierto, flexible, compasivo constructivo, justo y transparente.
En resumen, la experiencia de lo vivido durante la COVID-19 ha acentuado la necesidad de abordar cambios en la sociedad, en los sistemas sanitarios y entre los profesionales de la salud que incorporen un nuevo imperativo moral en el que el cuidado emerge como un deber y un derecho que nos concierne a todos los ciudadanos.
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