Entrevistamos a Maria Pau González (Doctora en Psicología. Especialista en Psicología Clínica. Máster en Psicología de la Salud. Master en liderazgo y coaching organizativo. Experta en salud, trabajo y organizaciones. Coordinadora del área de promoción de la salud y prevención de la Fundación Galatea)
Durante la pandemia, se ha producido una toma de conciencia en la opinión pública sobre el sufrimiento experimentado por los profesionales de la salud, especialmente entre quienes estaban en primera línea de atención. ¿Cuál es su opinión al respecto?
Los profesionales de la salud han recibido y están recibiendo de forma especialmente intensa las consecuencias de la pandemia y, lógicamente, el impacto emocional que ésta conlleva también adquiere una dimensión importante. Las personas sufrimos cuando vemos amenazada nuestra integridad vital y la situación actual constituye una amenaza excepcional a diferentes niveles.
¿Se han observado diferencias entre la presentación del malestar emocional entre los sanitarios a lo largo de la evolución de la pandemia? ¿En concreto, entre la primera y segunda ola?
La expresión del malestar emocional ha cambiado en función de la evolución de la pandemia. Al inicio la respuesta era de estrés agudo, con mucha activación, inquietud y nerviosismo. Su manifestación incluía desde la necesidad de actuación inmediata contínua, casi compulsiva, acompañada de la culpa si no se podía estar en primera fila, hasta comportamientos de miedo paralizante, bloqueo o de huida y evitación de la situación. A medida que la situación se ha ido alargando, la respuesta es de agotamiento y de desánimo y, desde mi punto de vista, es muy importante evitar que sea de indefensión.
¿Cómo han hecho frente al malestar la mayoría de los profesionales? ¿Qué recursos propios pueden haberles ayudado?
La mayoría de los profesionales han respondido poniendo en funcionamiento los recursos de afrontamiento, que poseen que son muchos, y han podido hacer frente a la amenaza con éxito. Algunos, en base a los recursos de protección propios, pero también a los que les proporciona su entorno, han podido incluso encontrar elementos de aprendizaje y desarrollo en esta situación.
El aprendizaje profesional es un largo proceso en el que se adquieren estrategias de afrontamiento y mecanismos de defensa para lidiar con el sufrimiento humano. ¿Cuáles cree que pueden ser de ayuda y cuáles no en estas circunstancias?
No ayuda centrarse en la emoción incapacitante y en el espacio de procupación de lo que no está en nuestras manos controlar.
Sí ayuda poder encontrar perspectivas que permitan poner en marcha diferentes alternativas, justamente para aumentar la capacidad de actuación desde el conocimiento y reconocimiento de las propias competencias y también desde la conciencia de las limitaciones, pudiéndolas aceptar y gestionar adecuadamente.
Ayuda identificar que las actuaciones pueden, y deben, no ser únicamente individuales. Constatar que no se está solo y que los compañeros y las instituciones pueden funcionar como elementos protectores.
¿Cree que corremos el riesgo de que, al poner énfasis en la evidencia de que muchos de los profesionales de la salud han tenido malestar emocional, se minusvalore la propia capacidad de los sujetos y de sus grupos de apoyo de hacer frente a la adversidad y superar emocionalmente esta etapa por sí mismos?
Es un tema que me preocupa especialmente. Creo que una de las oportunidades de aprendizaje que tenemos actualmente es la de reforzar el concepto de salud como una realidad que se construye de forma colectiva y corresponsable. La pandemia está poniendo en evidencia que hay culturas, estructuras y contextos de actuación en los que es más probable sufrir y otros que hacen más fácil la respuesta adaptativa.
A tenor de su experiencia ayudando psicológicamente a equipos de profesionales de la salud, ¿qué características de los equipos pueden resultar de ayuda en una situación tan exigente como la actual?
La primera, la existencia de una forma de mirar atenta y respetuosa, que reconozca las diversas necesidades de actuación y las aportaciones de los diferentes profesionales. En segundo lugar, sobre ese respeto, el desarrollo de la competencia social de los propios profesionales. La competencia social engloba un conjunto de competencias que permiten analizar y comprender el entorno en que vivimos y situarnos en él, relacionándonos adecuadamente con nosotros y con quienes compartimos ese entorno.
Y también, y de manera relevante, una definición clara, compartida y aceptada de los objetivos del equipo, ya que el trabajo en equipo es siempre –y en el ámbito de la salud, más aún– una metodología necesaria para poder conseguir los objetivos. No es una moda. Es la naturaleza del objetivo lo que hace imprescindible que haya un funcionamiento de equipo eficaz y saludable; dos aspectos que, por cierto, son inseparables.
¿Considera que las instituciones sanitarias están sensibilizadas a la hora de cuidar proactivamente los contextos en los que los profesionales ejercen? ¿Qué sería deseable si no es el caso?
Hay instituciones que lo tienen claro y otras no tanto. Pero no partimos de cero. Hay mucho trabajo realizado y mucha evidencia acumulada que muestra claramente el camino. El reto actual es aplicar el conocimiento por medio de actuaciones concretas que no pierdan de vista la diversidad de factores implicados y la forma en que interaccionan. La salud y la enfermedad no se dan en el vacío.
Por último, la Fundación Galatea ofrece cursos de liderazgo saludable dirigido a los profesionales de la salud que ostentan puestos de responsabilidad. ¿Cómo cree que el tipo de liderazgo puede haber afectado al afrontamiento de los equipos durante la pandemia?
Pues de forma muy directa. En el trabajo con equipos que antes ya realizábamos y que se ha visto incrementado como respuesta a la demanda que nos llegaba a lo largo de estos meses, hemos constatado como las actuaciones concretas de la persona responsable del equipo incrementaban la capacidad de afrontamiento saludable de los profesionales o, por el contrario, aumentaban la ya alta situación de incertidumbre e indefensión a la que se enfrentan. Hay equipos que claramente se han visto reforzados y en los que sus miembros han podido aumentar su capacidad de acción, y hay otros cuyo funcionamiento ha constituido un factor de riesgo adicional para la salud de los profesionales.
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