En un reciente artículo, la doctora Claire Gerada, del programa para médicos del National Health Service (NHS) en Reino Unido, reflexionaba sobre los mecanismos de afrontamiento que suelen desarrollarse cuando se ejerce la medicina y de qué beneficios y dificultades comportan a nivel psicológico. La novedad de su enfoque es que inicialmente rescata el valor adaptativo de dichas estrategias, para después señalar cuándo pueden volverse problemáticas para el médico*.
El quehacer de los médicos ha cambiado en las últimas décadas y, especialmente, en los últimos años. Se ha incrementado el tiempo dedicado a las tareas burocráticas y de gestión, al tiempo que menguaba la inversión en recursos materiales y en profesionales. A esto cabe añadir una planificación defectuosa de la oferta asistencial. Todas estas circunstancias han contribuido a incrementar el agotamiento y desmotivación de los profesionales de la salud en general, y de los médicos en particular.
Más allá del nuevo contexto en el que se ejerce la medicina, los médicos conviven día a día, en mayor o menor grado, con el sufrimiento de los enfermos y, a menudo, también de sus allegados. Situaciones como la comunicación de noticias desagradables, la vivencia de experiencias traumáticas, las pérdidas que la enfermedad (y, en último término, la muerte) comportan, sólo pueden soportarse si el médico elude la identificación emocional con cada caso sin perder la empatía. Lograr ese equilibrio no es fácil, y más aún si se acaba por imponer la concepción de la medicina como una mera tecnociencia, ignorando los aspectos humanos inherentes al enfermar que, se tengan o no presentes, entran en juego en la relación terapéutica.
La capacidad de autocontención emocional del médico para poder acoger el malestar del sujeto que acude en búsqueda de ayuda se va adquiriendo paulatinamente a lo largo del ejercicio profesional. Se logra mediante un aprendizaje en el que prevalecen la identificación con otros cuidadores (profesores, mentores, compañeros, etc.) y el modelado que implica la pertenencia a un grupo de iguales. Entre los mecanismos de defensa psíquicos más habituales destacan el altruismo y la sublimación, pero también pueden activarse otros como el humor, la negación, la proyección, la minimización o la racionalización de las emociones desagradables.
Estas estrategias, en su mayor parte inconscientes, permiten que la convivencia con el dolor psíquico no acabe desbordando al médico. No obstante, a veces dichos mecanismos de afrontamiento (ya sea por exceso o por defecto) pueden ponerse en contra del médico como persona. Así, el exceso de altruismo puede desembocar en el desgaste emocional, cuando las necesidades propias se ignoran en aras de la atención a las ajenas. La negación puede acabar por bloquear el autoconocimiento y el reconocimiento emocional; la proyección, al atribuir las debilidades o errores a otro, apuntala una sensación de falsa invulnerabilidad; mientras que la racionalización impide la familiarización y el adecuado gobierno de las emociones.
Cuando el sufrimiento psíquico desemboca en un trastorno mental o en una adicción, la sensación de vulnerabilidad personal y de incompetencia en el manejo del malestar propio pueden llevar al médico doliente a negar su situación y demorar la petición de ayuda. De ahí la importancia de ir desarrollando una cultura, desde el pregrado y a lo largo del ejercicio profesional, que promueva, a nivel personal e institucional, el desarrollo de competencias en la gestión de las emociones propias y ajenas y de pedir ayuda cuando los mecanismos de afrontamiento claudican.
* Se emplea el término médico en genérico.
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