El término presentismo laboral es una traducción del inglés (“presentism”) que todavía no ha sido aceptada por la Real Academia Española pero que se usa con mucha frecuencia cuando hacemos mención al grado de compromiso de un profesional con su trabajo. Las consecuencias del “presentismo laboral” afectan no sólo a los individuos (pues se asocia a mayor riesgo de desgaste profesional) sino a las organizaciones, puesto que repercute negativamente, en último término, en la calidad del trabajo y en la productividad.
El “presentismo” laboral define el hecho de pasar más horas en el trabajo de las estipuladas por contrato, lo que se acompaña, a menudo, de no permitirse ni siquiera faltar al mismo en situaciones de enfermedad u otros imponderables. Sería, por decirlo así, el reverso del “absentismo” laboral. Puede relacionarse tanto con factores individuales como de organización de la institución o lugar de trabajo en el que se desarrolla la actividad profesional. En la emergencia y mantenimiento del fenómeno influyen también factores como la situación económica (en épocas de crisis o recesión económica, el temor a la pérdida de trabajo acentúa dichas conductas) o la consideración social positiva que puede tener el celo con el desempeño profesional en las distintas culturas.
El “presentismo”, cuando el desencadenante es el miedo a perder el puesto del trabajo o la desmotivación, puede convertirse, paradójicamente, en una forma de “absentismo presencial”, es decir, permanecer en el puesto de trabajo pero dedicando parte de la jornada laboral a otras funciones que las asignadas (conectarse a redes sociales, realizar llamadas personales, consultar páginas web,…). No obstante, la forma más frecuente, entre titulados superiores, suele ser la de negar las propias limitaciones en aras de mantener un alto rendimiento profesional lo que les conduce a un compromiso desmesurado con el lugar de trabajo.
El presentismo laboral en los profesionales de la salud
El “presentismo” es frecuente entre muchos profesionales de la salud, especialmente, entre los médicos. En un estudio de RM Preece, hasta un tercio de médicos y enfermeras reconocían haber ido a trabajar estando enfermos; algo más del 80% de los médicos de primaria y/o de médicos de hospital reconocían haber ido alguna vez a trabajar estando enfermos. Se produce en estos casos una suerte de disonancia cognitiva en la que se minimiza el impacto negativo que tiene dicha conducta en el desempeño profesional en aras de seguir cumpliendo con las tareas que el profesional tiene asignadas.
A factores individuales relacionados con los aspectos vocacionales de la profesión, el perfeccionismo y/o el deber moral del cuidado de otros, se pueden añadir otros de tipo organizacional, como ocurre con la no cobertura del trabajo del profesional cuando éste se ausenta por enfermedad, la sobrecarga de trabajo que excede, con creces, lo asumible en el horario contractualmente convenido o la precariedad de los contratos que hacen temer al profesional por la pérdida de su puesto de trabajo.
Es preciso fomentar nuevas narrativas sobre el ejercicio adecuado de la profesión que incluyan el cuidado de uno mismo y el reconocimiento de los propios límites. En este cometido, es clave el papel de los programas formativos de médicos, el ejemplo de los “mentores” o modelos de identificación de los profesionales en formación y la implicación de las instituciones en que los médicos trabajan (favoreciendo, por ejemplo, la cobertura efectiva de bajas por enfermedad o respetando cargas de trabajo realmente asumibles en el horario laboral).
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