Cuando se habla de los profesionales de la salud y de su malestar emocional, se usa con profusión el concepto de Síndrome de desgaste profesional (o “Burn Out” en inglés). La definición del término que se usa habitualmente es la proporcionada por Maslach y Jackson, que son quienes, además, desarrollaron en los años 80 del siglo pasado el cuestionario que permite identificar la presencia del mismo. En la última edición del Manual (2009), se ofrecen tres versiones, una de ellas específica para los profesionales de la salud.
Les 3 vias para evaluar el Burn Out en el cuestionario de Maslach i Jackson
El cuestionario consta de 22 ítems que se distribuyen en tres escalas para evaluar la frecuencia con la que los sujetos perciben la baja realización personal en el trabajo (8 cuestiones) (v.g. “me siento acabado” o “mi trabajo no me llena”), agotamiento emocional (9 cuestiones) (v.g. “me siento emocionalmente agotado por mi trabajo”) y despersonalización (5 cuestiones) (v.g. “no me preocupa en realidad lo que le pasa a mis paciente”). Las tres dimensiones pueden manifestarse con síntomas variados: psicosomáticos (como fatiga, cefalea, problemas musculares), emocionales (irritabilidad, tristeza, ansiedad), conductuales (absentismo, mayores quejas de usuarios y compañeros, bajo rendimiento) o cognitivos (pensamientos negativos sobre uno mismo, el trabajo o los demás).
Aunque el Maslach Burnout Inventory (MBI) goza de amplia difusión y ha probado su validez, se apunta a que otros tests como el Copenhagen Burnout Inventory (2005) o el de Oldenburg (2003) tienen menos problemas psicométricos que el MBI. En el mundo de habla hispana, cabe destacar el “Cuestionario para la evaluación del Síndrome de Quemarse por el Trabajo” (CESQT) de Gil-Monte (2007) que incluye también la dimensión de culpa.
El Burn Out por profesiones
El síndrome antes descrito se observa en profesiones donde existe un desajuste entre las demandas y los recursos. Uno de los contextos donde estas circunstancias se muestran más acusadas es la atención sanitaria, en especial, la del sector público. Y se han acentuado en los últimos años, tras los sucesivos recortes en recursos al que se añade la progresión creciente de las demandas en relación con el envejecimiento poblacional, el incremento de la incidencia de enfermedades crónicas y las altas expectativas en cuanto a las posibilidades biomédicas de mejoramiento de la salud. En España, el mayor desgaste profesional se observa en atención primaria, donde médicos/as y enfermeras/os sufren las consecuencias de un acusado desequilibrio entre recursos y demandas.
Más allá de las intervenciones individuales para el abordaje del desgaste emocional, es crucial que haya un adecuado ajuste entre demandas y recursos para poder resolver la causa del malestar. Para ello se precisa de la implicación de todos los actores sociales que intervienen en la relación entre equipos asistenciales y pacientes. Para ello, el cuidado del cuidador así como hacer lo posible porque trabaje en unas condiciones dignas y razonables debe convertirse en una prioridad para los responsables políticos que gestionan los recursos destinados a la salud.
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