El ejercicio de la Medicina, como el de otras profesiones del ámbito de la salud, se ha vuelto progresivamente más complejo. Entre otros motivos, por los diferentes intereses que confluyen en la relación asistencial, que ya no se limitan a los de médicos y pacientes, sino que incluyen a los de gestores, industria biomédica y a los de la sociedad, en su conjunto, con sus expectativas sobre los resultados de dicha interacción. A esto cabe añadir la rapidez de los cambios en el ámbito del conocimiento científico pero también en otros aspectos como las costumbres sociales, los modos de comunicación y la disponibilidad de información.
De ahí que, en los últimos años, se haya ido afianzando la apuesta por generar espacios de reflexión en la práctica clínica cotidiana, en los que poder detenernos a dialogar sobre aspectos relacionados con nuestro quehacer que impactan, no sólo en nosotros, sino también en los pacientes que atendemos y en el resto de actores involucrados en nuestro día a día, de manera más o menos explícita.
El propósito último de ese proceso de reflexión, de manera resumida, es deliberar sobre qué nos sucede, qué implica y, en función de ello, valorar la puesta en práctica de nuevos cursos de acción posible. De hecho, estos espacios deberían comenzar a facilitarse desde el pregrado, durante el posgrado y a lo largo de toda la carrera profesional.
Diversas instituciones británicas, entre ellas la Academy of Medical Royal Colleges, la UK Conference of Postgraduate Medical Deans (COPMeD), el General Medical Council (GMC) y el Medical Schools Council, han publicado un breve manuscrito donde recogen algunas recomendaciones generales sobre este particular.

Entre los puntos más sobresalientes con respecto a la incorporación de la reflexión en la práctica clínica, destacan los siguientes:
- La reflexión es un asunto personal, es decir, cada quien lo hará a su manera. De lo que se trata, no obstante, es de crear las condiciones de posibilidad para que tenga lugar. Existen algunos trabajos ya publicados en los que se dan algunos consejos para facilitar el desarrollo de esta habilidad y la puesta en marcha de este tipo de espacios para que sean fructíferos.
- Cada profesional debería poder disponer del tiempo necesario para poder reflexionar sobre las experiencias agradables y desagradables de su día a día, lo mismo que sobre sus dificultades y aciertos. Puede ser de ayuda poner las reflexiones por escrito y compartirlo con algún tutor o supervisor. En todo caso, debe garantizarse la privacidad de dichos testimonios.
- Reflexionar en común beneficia tanto a los profesionales que participan en dichas reuniones como a la calidad de la asistencia que dispensamos. No se trata de una mera catarsis, sino que su fin último es que lo que reflexionamos implique un cambio en nuestras acciones cotidianas de manera concreta.
- La actitud de quienes participan en espacios de reflexión grupal debe desplazarse de la queja o de la necesidad de hacer prevalecer el punto de vista propio, a ver qué se puede poner en común para mejorar nuestro quehacer.
- Las instituciones en las que ejercen los profesionales de la salud deben tomar conciencia de la importancia de procurar dichos ámbitos de reflexión puesto que redundan en beneficio tanto de quienes trabajan en ella como de los pacientes que atienden. Esto implica facilitar la disponibilidad de tiempo (de los profesionales) y de un espacio (para que pueda tenga lugar).
- Dichos espacios no sustituyen a las acciones necesarias, en cualquier proceso de calidad asistencial, en las que se recogen, analizan y corrigen errores asistenciales u otros incidentes propios de la práctica diaria.
En este nuevo cambio de paradigma con respecto a la praxis de excelencia, los profesionales y las instituciones que hagan posibles y mantengan esos espacios de reflexión, pueden invocarlos como una muestra más del proceso de mejora de la calidad de su praxis asistencial, así como en los procesos de acreditación de sus competencias formativas.
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