En el tratamiento de las adicciones es fundamental el concepto de deshabituación, que podríamos definir como el proceso terapéutico durante el cual el paciente genera nuevas estrategias de afrontamiento de sus problemas sin recurrir a las sustancias. Uno de los interrogantes que aparece con más frecuencia durante éste proceso está relacionado con la aparición de la recaída.
El modelo científico vigente en lo referente a la adicción la considera una enfermedad crónica y recidivante, es decir, que tiende a reaparecer después de un período de estabilidad. Esto la equipararía a otras dolencias como la diabetes, la hipertensión arterial o el asma. De hecho, en un estudio llevado a cabo por McLellan en el año 2000, se encontró que la tasa de recaídas en adicciones es muy similar –y en algunos casos inferior- a la que presentan estas otras enfermedades, como indica el gráfico.
Así pues, a la hora de abordar el tratamiento de una adicción, tanto los profesionales de salud como los pacientes han de ser conscientes de que el proceso de deshabituación ha de contemplar el escenario de la recaída como algo probable.
Es habitual que, cuando el profesional incorpora en su discurso la posibilidad de la recaída, haciendo partícipe al paciente de la normalidad de ésta como parte del proceso de deshabituación, se generen en el paciente emociones encontradas. Suelen darse aquí dos reacciones prototípicas. Por un lado, el paciente puede actuar con una actitud de excesiva autoconfianza (“yo jamás voy a recaer”), o por el otro, que esto le desanime (“seguro que recaigo”) entendiendo que la recaída implica un fracaso del tratamiento.
Ambas actitudes típicas pueden dificultar el proceso de desahabituación:
- En un extremo, minimizar el riesgo de recaída puede hacer que la persona, demasiado confiada en su fortaleza, se exponga a situaciones de riesgo y esto, precisamente, le acerque a una posible recaída.
- En el otro extremo, considerar la recaída como un destino inevitable puede conducir a una desesperanza y falta de autoconfianza que pueden llevar a que la persona acabe creyendo que recaer es inevitable y que el tratamiento no tiene sentido. Esto, nuevamente, le acercará a una posible recaída.
Podríamos concluir que tanto una posición como otra pueden obstaculizar el proceso de deshabituación. Es tarea del terapeuta incorporar la recaída como un suceso de aparición probable en algún momento de la deshabituación, evitando que el paciente caiga en el catastrofismo. Se considera que la recaída, cuando se produce, ha de ser una oportunidad para renovar el compromiso con la abstinencia, llegando a entender que lo importante es conseguir la mayor estabilidad posible.
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