Cada persona está inmersa en un contexto. La frase de Ortega y Gasset (“yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”) condensa, precisamente, esta realidad. De ahí la importancia de detenernos en algunas características de la atmósfera cultural de nuestro tiempo que han sido descritas desde disciplinas como la filosofía y la sociología. Tomar conciencia de lo que plantean puede ayudar a entender mejor las diversas presentaciones del malestar psíquico, la actitud de los sujetos en relación con lo que les sucede y también las expectativas cuando acuden a terapia.
De manera general, puede decirse que nos encontramos inmersos en la “ultramodernidad” y, socio-económicamente, en la que se denominaría tercera fase del capitalismo, el capitalismo financiero, que debutaría poco después de la crisis del petróleo (en 1973) y se aceleraría desde el inicio del siglo XXI. Esto es más evidente en países con mayor PIB y, si bien hay diferencias en cada entorno de acuerdo con otras variables socio-culturales, bien es verdad que se detectan unas tendencias generales propias del proceso de globalización.
Si la modernidad se caracterizaba por la racionalidad, la uniformidad, la organización, la idea de progreso y el propósito de alcanzar una única verdad absoluta (sin la tutela de la religión), la posmodernidad (o “ultramodernidad”) tiene más en cuenta el poder emocional y de la intuición en todos los ámbitos del ser humano, priorizando no las verdades absolutas, sino relatos (éticos y epistemológicos) de mínimos, además de preconizar el individualismo, el culto a lo visible, la entronización del presente como momento privilegiado del consumo de todo tipo de bienes, así como la dilución de la responsabilidad que tenemos con los otros y con el mundo que nos rodea.
A ello cabe añadir los cambios incesantes y vertiginosos en el ámbito tecnológico, especialmente en lo relativo a la comunicación entre los seres humanos y a la velocidad (y fugacidad) de las operaciones técnicas. De hecho, más allá de la diáspora de modos de vida, cada vez más heterogéneos (en apariencia), se va consolidando la fe desmedida en la tecno-ciencia. En las demás áreas del conocimiento humano, cunden el nihilismo y el escepticismo, con las consecuencias que comporta en cuanto a la menor implicación de los sujetos en los procesos de cambio tanto personales como sociales.
Tendencias y dolencias psicológicas del siglo XXI
En la atinada reflexión que recogió hace unos años la psicoanalista Teresa Sánchez en su texto Tendencias y dolencias psicológicas del siglo XXI: los vórtices posmodernos, los rasgos más sobresalientes de nuestra atmósfera cultural serían:
- Pasión por lo nuevo (“filoneísmo”) de la mano de una ignorancia del pasado, de la historia, de la herencia comuna de la que som deudores y que, de manera más o menos consciente, nos condiciona.
- Hiperactividad e intolerancia al aburrimiento.
- Celeridad y fugacidad.
- Fragilidad de la identidad y estrechamiento de la vida íntima.
- “Adictividad”, de acuerdo con la lógica del consumismo.
- Afán prometeico de conocimiento total (aquí señalaríamos, de la mano de la tecno-ciencia) y al mismo tiempo “desencantamiento” que provoca la racionalidad instrumental respecto a otros usos de la racionalidad (comunicativa, poética, espiritual).
- Esclavitud de las “prótesis” tecnológicas.
- Bulimia informativa.
- Banalización del mal y anomia social.
- Sociedad del espectáculo y del simulacro con preconización de los que es visible y aparente, adoptando la presentación, incluso a nivel individual, de marca comercial.
También se han señalado otros ingredientes como: la aceleración: la alienación sutil en diversas áreas vitales (de lo personal a lo laboral); la condición “líquida” de los vínculos personales y de las creencias; la proliferación de los populismos o de diversas formas de fanatismo: el incremento de la precariedad en las condiciones de vida de las clases medias y bajas; la falta de creencia en la fiabilidad de los relatos (“posverdad”) así como la “pantallización” como medio preferente de interacción con la realidad y con los otros.
Aunque esta descripción somera pone el énfasis, sobre todo, en los aspectos más negativos de nuestra actualidad, no es menos cierto que son los que suelen manifestarse a menudo, de manera más o menos explícita, en las demandas que atendemos los profesionales de la salud mental. Por tanto, hacernos cargo de ello, puede ayudarnos a comprender y, por tanto, a acompañar mejor a las personas que atendemos y también a nosotros mismos.
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