Arun Mansukhani es psicólogo especialista en Psicología Clínica y sexólogo con más de 25 años de experiencia. Es especialista EuroPsy en Psicología y Psicoterapia. Máster en Sexología. Máster en Psicología Clínica. Experto y especialista universitario en Hipnosis Clínica, clínico y consultor EMDR. LIII en terapia sensoriomotriz. En la actualidad, dirige el Centro de Regulación Emocional en Málaga.
Los próximos días 30 de septiembre y 1 de octubre dirige el curso “Conceptualización e intervención en trastornos relacionadas con trauma y estresores” para los terapeutas de la Fundación y la Clínica Galatea. ¿Cómo definiría trauma desde el punto de vista psíquico?
Podemos hablar de trauma cuando nuestro cuerpo, nuestro cerebro, produce una respuesta de estrés, pero no como consecuencia a un peligro real del entorno, sino como resultado de memorias disfuncionales y activación de estados emocionales internos. Hablamos de trauma, por tanto, cuando se da una respuesta anómala, no ajustada a lo que la situación presente requiere. Esto genera trastornos relacionales, emocionales y psíquicos.
¿Cuáles son los traumas más frecuentes que les llegan a su consulta?
Los traumas más frecuentes que nos llegan a consulta, que son los más frecuentes en los países desarrollados, son los traumas producidos en las relaciones de intimidad y cercanía. Afortunadamente, nosotros hace muchos años que no hemos vivido situaciones bélicas. Así que vemos muchas situaciones de trauma sexual, desde abusos en la infancia, lamentablemente muy frecuentes, hasta agresiones sexuales. También vemos situaciones de abuso y maltrato físico y psicológico en el contexto de violencia de género o en el contexto intrafamiliar, como el abuso o maltrato hacia los niños por parte de sus padres o cuidadores. En los últimos años, estamos teniendo un aumento de casos de la situación contraria: violencia filo-parental.
Usted es experto en dos tipos de intervención en trauma, el EMDR y la terapia sensoriomotriz. ¿Podría explicarnos brevemente en qué consisten?
A partir de la década de los 80 del siglo pasado se empezaron a desarrollar en EE.UU. toda una serie de intervenciones para afrontar los estados postraumáticos. Entre ellas, la que más destaca con diferencia, en cuanto a nivel de estructuración y de respaldo científico, es el EMDR. Pero hay otras, como la terapia sensoriomotriz. Ambas son terapias estructuradas y que requieren formación específica. Ambas intentan acceder al estado emocional alterado que se produce debido a un trauma y cambiar el modo de reacción automática del cerebro ante la activación, aunque lo hacen de formas un poco diferentes.
¿De acuerdo con qué criterios se decide aplicar una u otra? ¿Pueden combinarse?
Hay diferentes criterios que pueden llevar a elegir una aplicación u otra, como la forma de procesamiento individual del paciente, el nivel de consciencia que la persona tenga sobre los eventos traumáticos o el tiempo que hace que ocurriesen. Y sí, hay elementos de ambas que se pueden integrar.
Desde la perspectiva del trauma psíquico, ¿cómo valoraría el impacto de la pandemia por COVID-19 en la población general?
El impacto de la pandemia ha sido muy alto desde el punto de vista de trauma. Lo vemos diariamente en el aumento de los trastornos psicológicos. La pandemia ha sido una situación que ha activado respuestas de estrés en muchas personas. El nivel general de alerta ha aumentado. Esto ha sido traumático para algunas personas, sin duda, en función de sus experiencias personales. Como el trauma, además, es acumulativo, cuando se produce un nivel alto de alerta, las personas pueden reactivar estados emocionales de situaciones traumáticas pasadas o se pueden traumatizar con eventos nuevos con más facilidad. Hemos visto y estamos viendo todo esto como consecuencia de la pandemia.
Teniendo en cuenta que la pandemia ha ido evolucionando en el tiempo, ¿cree que las respuestas observadas durante el estado de alarma han ido cambiando? ¿En qué sentido?
Sí, han cambiado. Podemos decir que las primeras respuestas fueron, en general, respuestas más de alerta y, por tanto, de hiperactivación. Pero ese estado es costoso de mantener, en términos energéticos, para el organismo. A medida que ha va pasando el tiempo, vamos viendo como las personas han ido pasando a estados distintos, más hipoactivados, más bajos energéticamente, desde el cansancio o el agotamiento a la indefensión.
Por lo que respecta a los profesionales de la salud, tenemos constancia de que se han visto expuestos a situaciones muy difíciles. Inicialmente, durante el estado de alarma, muchos experimentaron vivencias de alto impacto emocional, pero posteriormente hemos constatado que se ha ido manifestando mayor agotamiento emocional. ¿Qué le sugiere esta observación?
Estuve coordinando la intervención de apoyo psicológico a personal sanitario en Andalucía durante los meses más duros del confinamiento, así que conozco la situación de primera mano. Las situaciones a la que se tuvieron que enfrentar en aquellos momentos los profesionales sanitarios fueron tremendas. También el personal de los supermercados o de las residencias. El virus era aún muy desconocido y había mucho miedo y, además, una gran escasez de medios. Se estaba trabajando en condiciones muy precarias. Las reacciones, como bien dice, fueron de muy alto impacto emocional, con altos niveles de estrés. También se dispararon las respuestas obsesivas. Como he comentado antes, esto no se puede mantener en el tiempo, el cuerpo resuelve de alguna manera. Y eso es lo que hemos visto en los meses posteriores: situaciones de agotamiento emocional, cansancio e incluso síntomas y cuadros depresivos, en algunos casos.
¿Se puede prevenir el impacto negativo del trauma? ¿Qué aconsejaría al respecto a nivel individual a los profesionales de la salud? ¿Y a las instituciones en las que estos trabajan?
Claro que se puede prevenir el impacto del trauma. En primer lugar, habría que considerar todas aquellas medidas objetivas que reduzcan el estrés y mejoren la seguridad. En este sentido, la escasez de medios en las que se trabajó en los primeros meses de la pandemia fue muy negativa. En segundo lugar, el apoyo social, que sabemos que reduce el impacto del trauma. En tercer lugar, arbitrar intervenciones grupales tempranas, como hicimos en el programa que os comentaba antes. Por último, habría que llevar a cabo una intervención más específica, ya individual, con las personas más afectadas. Y esto no es simplemente una opinión. Tenemos muchos estudios que avalan la efectividad de este tipo de medidas para reducir el impacto traumático de las situaciones y que, finalmente, reducen también el coste sanitario a medio y largo plazo, ya que previenen la aparición de trastornos emocionales y mentales. Así que son intervenciones efectivas desde el punto de vista de la salud mental y también de reducción del gasto sanitario.
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