El suicidio es una conducta que puede deberse a diversos factores, tanto individuales como contextuales. Por lo que respecta a la relación entre situación laboral y suicidio, no sólo el desempleo aumenta el riesgo de suicidio sino, como citábamos en una revisión reciente sobre el tema, también formar parte de determinados grupos profesionales. En España, las profesiones con mayores tasas de suicidio son las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado y los profesionales de la salud. No obstante, al analizar la situación a nivel mundial, además de estos dos grupos, se observa un riesgo incrementado en profesiones tan dispares como personal de limpieza o la construcción, bomberos, agricultores o granjeros. En cuanto a los profesionales de la salud, se sabe que tienen un riesgo incrementado médicos, veterinarios, enfermeras y dentistas, aunque también técnicos de emergencias o ambulancias.
Cuando se produce una situación de dolor psíquico intolerable (ya sea aguda o cronificada, ya en el seno de una depresión o bien en situaciones que desbordan la capacidad de resolución y contención del sujeto), el suicidio puede acabar viéndose como la única forma de que dicho sufrimiento cese. Una vez iniciado ese proceso mental (de duración variable y que puede ser más o menos reflexivo), el paso al acto depende también de factores tales como la intensidad de la clínica de malestar intenso, hasta llegar, en ocasiones, a un pensamiento disociado o dicotómico, como también de la sensación del sujeto de sentirse capaz de llevarlo a cabo.

Principales factores del riesgo de suicidio
Los principales factores relacionados con el riesgo incrementado de suicidio, asociados a la profesión, son:
- La accesibilidad y conocimiento del uso de medios potencialmente letales.
- Las reticencias a pedir ayuda cuando aparece un trastorno mental o una situación de sobrecarga o claudicación personal.
- Determinadas situaciones altamente exigentes a nivel emocional a las que deben enfrentarse de manera habitual en el ámbito laboral.
- La exposición frecuente a situaciones traumáticas (como las muertes, sean o no violentas), pues el umbral de atreverse a dar el paso suicida disminuye.

El suicidio y las profesiones
La sensación de alienación laboral, asociada a bajo grado de autonomía y control sobre el propio trabajo así como a falta de reconocimiento por el mismo, puede contribuir, en cualquier ocupación, al malestar asociado al entorno laboral.
En cuanto al riesgo incrementado observado en profesionales con menor nivel de capacitación profesional, puede estar relacionado con factores no estrictamente ocupacionales sino con la mayor precariedad socioeconómica o la dificultad de acceso a atención apropiada tanto a nivel de salud mental como de recursos sociales.
Por otra parte, en ocupaciones con un alto nivel de autoexigencia, como es el caso de los profesionales de la salud, el riesgo de suicidio puede aumentar en situaciones como la degradación del status jerárquico o académico o al estar inmersos en procesos disciplinarios o legales u otras circunstancias que se viven subjetivamente como una merma de valía profesional (errores, no consideración por parte de los compañeros, etc.) además del riesgo de perder el puesto de trabajo, especialmente cuando el trabajo es un aspecto nuclear de la identidad personal (o vocación) y se ve amenazado por una u otra razón.
Prevención del riesgo de suicidio
En cuanto a la prevención del suicidio en profesionales de la salud, algunos programas, especialmente en países anglosajones, han fomentado las medidas de prevención universal o más generales. En la mayoría de este tipo de intervenciones, que pueden tener lugar en formato presencial, telemático, o combinando ambos, se coincide en mejorar las estrategias de identificación de malestar psíquico, evitando la demora en la petición de ayuda cuando sea necesario, abordando el estigma asociado a los trastornos mentales y promoviendo un abordaje proactivo con respecto al malestar. La prevención universal suele correr a cargo a veces de instituciones sanitarias o de las asociaciones profesionales; otras veces, de programas más amplios de prevención del riesgo de suicidio promovidos desde las autoridades sanitarias de cada país.
En cuanto a la prevención selectiva e indicada, es crucial que las personas de estos colectivos profesionales conozcan y dispongan de recursos de fácil acceso (como los que ofrece la Fundación Galatea) donde poder pedir ayuda cuando sientan que han claudicado sus mecanismos de afrontamiento. Y, una vez que pidan ayuda o accedan a recursos de tratamiento especializado, es clave que los profesionales que les atienden (generalmente, con competencias en el ámbito de la salud mental) sepan identificar a quienes tienen mayor riesgo y que puedan elaborar un plan conjunto con el paciente para abordar las situaciones de mayor riesgo, pactando cómo pedir ayuda en situaciones de crisis y también la limitación al acceso de medios potencialmente letales (en el caso de los profesionales de la salud, el acceso a fármacos en las épocas de mayor riesgo).
También debe prestarse atención a la denominada «posvención», es decir, la intervención psicológica (a menudo, en formato grupal) con compañeros y compañeras de la persona que ha fallecido por suicidio o bien con los familiares de profesionales de la salud que se han suicidado. Este tipo de abordaje no sólo ayuda en la elaboración del duelo que este tipo de muerte «diferente» activa, sino que también puede contribuir a prevenir nuevos intentos que podrían producirse por imitación o contagio (lo que se ha denominado «efecto Werther»).
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