Durante la pandemia de COVID-19 los profesionales de la salud se han visto expuestos a circunstancias inesperadas, para las que no estaban entrenados y que han supuesto una importante sobrecarga emocional. Como nuestro grupo de investigación observó, en una reciente revisión sistemática llevada a cabo justo durante el estado de alarma, la incidencia de síntomas ansiosos y depresivos entre los profesionales en diferentes países en este contexto era elevada. Las variaciones en los datos sobre la prevalencia dependían de factores tales como:
- Grado de exposición al virus (profesional y personalmente) y nivel de responsabilidad asistencial.
- Situación epidemiológica de la región o país donde se desarrollaba el estudio.
- Variables sociopolíticas que incluyen aspectos tales como la organización sanitaria del país, medidas de salud pública puestas en marcha, la transparencia en cuanto a la difusión, etc.
- Disponibilidad de recursos materiales tanto a nivel preventivo (como es el caso de los equipos de protección individual) como terapéuticos (desde el conocimiento de tratamientos eficaces a la disponibilidad).
- Aspectos relacionados con los recursos humanos disponibles y la adaptación a las nuevas circunstancias asistenciales.
- Particularidad de cada individuo y su contexto.
La Fundación Galatea, merced a un convenio de colaboración con IESE, la Fundació Institut d’Economia Barcelona y el Colegio de Médicos de Barcelona (CoMB), ha llevado a cabo un estudio sobre el impacto de la COVID-19 en profesionales de la salud de Cataluña, estudio que se ha ampliado a los médicos del resto de España gracias al patrocinio de la Fundación Protección Social de la Organización Médica Colegial (OMC) y a Mutual Médica.
El análisis preliminar de las encuestas respondidas telemáticamente por 1.648 médicos y médicas de Cataluña (muestra representativa de la población de referencia) arroja los siguientes resultados. Al comparar el estado de los facultativos y facultativas antes y después de la primera ola de la pandemia (no incluyen aún resultados de la segunda ola) se observa que:
- Se ha producido un deterioro significativo en el estado de salud autopercibido, siendo más acusado entre las mujeres, los más jóvenes (menores de 44 años), los que trabajan en Atención Primaria y quienes trabajan como interinos o tienen un contrato temporal.
- Durante la primera ola, se produjo un incremento notable de la sensación de fatiga (presente en el 53,3 % de la muestra), dolor (31,7 %), estrés (47,7 %) y también empeoramiento de la cantidad y calidad del sueño (cerca del 50 %). Al remitir la fase de alarma y durante las vacaciones, la recuperación de dichos síntomas fue parcial, y no se llegó al nivel previo a la pandemia.
- Con respecto a las dimensiones del síndrome de desgaste profesional durante la fase de alarma, el 69,3 % cumplían criterios de agotamiento personal, el 53 % de agotamiento profesional y el 27,8 % de agotamiento emocional.
- También se produjo un incremento de la autoprescripción de sedantes para poder dormir.
Por otra parte, durante la pandemia, el 83 % se sintió bien tratado por su equipo y el 78 % satisfecho con los resultados obtenidos, y hasta el 85 % refirió que sus colegas valoraban su profesionalidad y dedicación. Hasta un 26 % se tuvieron que enfrentar a dilemas éticos pero el 67 % pudo abordarlos en equipo. De hecho, quienes tenían la percepción de trabajo en equipo obtenían mejores resultados también en salud autopercibida y referían menos frecuentemente cansancio o dolor.
Resulta también llamativo que el 42,8 % reconocía sentirse menos preparado ante una segunda ola y el 24 % incluso se había planteado dejar la profesión (aunque 22,2 % no lo haría).
En cuanto a la petición de ayuda a servicios de salud mental, el 8 % reconoció haber recurrido a ellos y el 9,8 % se planteaba hacerlo si era preciso, en especial los menores de 45 años y las mujeres.
Estos resultados preliminares deben ser tenidos en cuenta no solo por los servicios que atienden a profesionales de la salud sino también por las instituciones en las que estos trabajan y por las autoridades responsables de velar por el cuidado del cuidador, deber que se ha convertido, a raíz de la pandemia, en un imperativo moral ineludible.
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