“La felicidad y la libertad comienzan con la clara comprensión de un principio: algunas cosas están bajo nuestro control y otras no. Sólo tras haber hecho frente a esta regla fundamental y haber aprendido a distinguir entre lo que podemos controlar y lo que no, serán posibles la tranquilidad interior y la eficacia exterior”
Epicteto, siglo I d.C.
A diario nos encontramos ante problemas o requerimientos ante los que nos sentimos obligados a actuar de manera inmediata y resolutiva. Cuando estos se acumulan, podemos acabar agotados emocionalmente, bien por acumulación de exigencias, bien porque nos sentimos paralizados y no sabemos cómo afrontar lo que tenemos entre manos.
El filósofo estoico Epicteto comenzaba su Manual de la vida feliz apuntando que, en la vida, es clave distinguir entre las cosas que dependen o no de nosotros. Este paso previo permite ahorrarse muchos desvelos y quejas estériles.
Una vez identificado lo que depende de nosotros, algunos de los principios de la técnica denominada “Análisis y resolución de problemas” pueden resultarnos de ayuda. Se trataría, en primer lugar, de analizar el problema para luego contemplar posibles soluciones y evaluar los resultados. A lo largo del proceso, es importante calmar las emociones y, siempre que sea posible, poner entre paréntesis los prejuicios. Además de intentar calmar las emociones, puede ser de ayuda tomarse un tiempo para poner por escrito lo que vamos analizando y resolviendo. Una vez aplicado el discernimiento, se podrá decidir, de entre las soluciones valoradas, cuál llevaremos a cabo. Hay que tener presente que ni hay “soluciones perfectas” ni la decisión final se encuentra de forma inmediata. A menudo, para llegar a la solución acertada del problema tenemos que hacer algunos intentos previos de solución. Cuando nos atasquemos ante un dilema, puede ser útil, si no se trata de algo urgente, descansar y volver a ello en otro momento en el que nos encontremos más lúcidos.
Este método, además, no tiene por qué llevarse a cabo a solas, sino que nos puede ayudar hacerlo con alguien de nuestra confianza que nos pueda aportar perspectivas diferentes, enriqueciendo nuestro análisis y abriendo la posibilidad de considerar nuevas alternativas que no habíamos contemplado.
Así pues, ante un problema que nos preocupe, podemos trabajar en los siguientes pasos hacia su solución.
- Definir el problema concreto. ¿Qué está sucediendo? El preocuparse no sirve de nada. Pensemos objetivamente y desarrollemos un plan. ¿A qué nos estamos enfrentando? ¿Depende o no de nosotros?
- Descomponer el problema en partes. En esta fase descomponemos el problema en partes más pequeñas o en una serie de distintos problemas. Esto puede ayudar a aliviar la sensación de bloqueo emocional que algunas situaciones complejas activan. También nos puede permitir revisar qué podemos o no hacer con cada una de estas partes en que se compone el problema. Por ejemplo, muchas veces verbalizamos que nos preocupan nuestros hijos. Ante esta definición abstracta del problema, nos cuesta muchísimo trabajar hacia una resolución. Estaría bien, por tanto, identificar de forma específica qué nos preocupa de nuestros hijos: estudios, situación económica, etc. Así, podremos dirigirnos de una forma más práctica hacia la solución.
- Imaginar y perfilar posibles soluciones. En este punto se plantearían tantas soluciones como sea posible, por muy disparatadas que parezcan. No se trata de buscar la solución ideal, sino de valorar opciones de respuesta al problema sin pensar si son adecuadas o no. Se trataría de flexibilizarnos ante la “visión túnel” que muchas veces adoptamos centrándonos en una sola solución. Aquí debemos pensar por nosotros mismos diversas soluciones.
- Evaluar las posibles soluciones. Aquí se valoran cada una de las soluciones dadas, incluyendo los pros y contras y valorando la factibilidad de ponerlas en marcha. A menudo, no basta con ceñirse a unos criterios de valor instrumentales (utilidad o eficacia) sino que pesan más valores no instrumentales a los que solemos denominar “éticos”.
- Intentar elegir el curso de acción más adecuado: este proceso de deliberación lleva a pronunciarse por “el mejor curso de las posibles respuestas” y a ponerlo en marcha.
- Evaluar los resultados y reconsiderar nuevas soluciones si es necesario. Es recomendable dedicar un tiempo a reflexionar sobre a dónde ha conducido la acción que hemos tomado y, si es preciso, valorar qué es preciso modificar.
Este método no es un mero análisis coste-beneficio impersonal, sino que, al final, es un proceso de toma de decisiones en el que intervienen pensamientos, emociones y valores tanto instrumentales como éticos. Para poderlo poner en práctica, hace falta dedicar, periódicamente, un tiempo a detenernos, sosegarnos y poder así establecer un diálogo interno y, a menudo, con los otros, que nos permita en lo posible ir apropiándonos del camino de nuestra libertad.
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