Según Boris Cyrulink, neurólogo y psicoanalista francés que popularizó el término, resiliencia es la capacidad de sobreponerse a una adversidad, por decirlo metafóricamente, de “navegar en los torrentes”. La Real Academia Española precisa que procede latín “resiliens” que significa “saltar hacia atrás, rebotar, replegarse” y hace referencia a la “capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o a un estado o situación adversos”.
Generalmente, la mayoría de las personas muestran la fortaleza necesaria para afrontar y superar las contrariedades o las situaciones desgraciadas. Esta capacidad se nutre de las relaciones de apego (o de cariño y apoyo) que se forjan, principalmente, en la edad temprana. Pese a lo crucial de esa exposición al apego seguro, Cyrulnik afirma:
“una infancia desgraciada sólo supone “empezar mal en la vida”.
Si esa persona se queda sola, es bastante probable que tenga una vida desgraciada pero si, con el paso del tiempo, se ve rodeada de afecto, puede tener una vida feliz. El afecto ayuda entre un 70 y un 80% a la resiliencia, a superar las dificultades y a resituarse en el mundo de una manera sana y segura”. Pero también añade: “una criatura puede sentirse muy feliz sintiéndose amada en su infancia y acabar en una especie de cárcel afectiva, especialmente cuando el amor sólo le llega de una persona, y al final se convierte en una dependencia que le ahoga y le impide madurar.
Hay que intentar siempre contar con una constelación afectiva, con diferentes personas y estilos afectivos. Esto sí que es un factor de protección. De forma que, por ejemplo, cuando la madre está mal (o se producen conflictos naturales e inevitables con ella), pueda acudir a otra persona”.
La resiliencia trata de tener, por decirlo así, un “suelo emocional seguro” que permite aprender de la experiencia y tener la confianza suficiente en uno mismo para no desistir y para poder adaptarse a situaciones de “sobrecarga” emocional o adversidades. De forma indirecta, la resiliencia se asocia a la confianza en uno mismo, a las destrezas en la comunicación con los demás y en la solución de problemas, al gobierno de las emociones (sobre todo, las desagradables) y a la capacidad tanto de hacer planes realistas como de persistir en los planes que nos llevan a conseguir determinados objetivos pese a las contrariedades que nos encontremos en el proceso.
¿Qué puede ayudar a desarrollar la resiliencia?
Según la American Psychological Association, puede ayudar a desarrollar la resiliencia:
- Establecer y cuidar las buenas relaciones personales.
- No ver las crisis como obstáculos insuperables sino como oportunidades para el crecimiento personal.
- Aceptar la impermanencia, es decir, que el cambio forma parte de la vida y que la adversidad no permanecerá indefinidamente en nuestras vidas, sino que pasará.
- Plantearse metas realistas y persistir en el empeño, pese a las dificultades.
- Cultivar el cuidado y el respeto por uno mismo.
- Estar abierto a aprender de la experiencia de los demás, especialmente de aquellos que son capaces de sobreponerse a la adversidad.
- Mantener una actitud de esperanza y confianza en la vida.
En los procesos psicoterapéuticos tiene lugar muchas veces, gracias a una “experiencia emocional correctiva”, el desarrollo de la resiliencia de manera que el individuo puede no sólo cicatrizar sus heridas emocionales sino afrontar el futuro con más capacidad para afrontar la adversidad.
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